Llevaba tiempo sin escribir, pero noches como las de hoy, a las que por desgracia me estoy acostumbrando últimamente, me ayudan a reflexionar y a sacar conclusiones de lo más profundo de mi.
Hoy visitábamos el Bernabéu. Es uno de esos partidos en los que, a pesar de saber que llevas un alto porcentaje de irte de vacío a la vuelta, es inevitable que te ilusiones. Por unas horas tu equipo se convierte no sólo en centro de España, sino del mundo futbolístico entero. ¿A quien no le gusta eso? Y además era especial, porque hacía dos años que no visitábamos el Madrid.
A la ilusión, en mi caso, se le suma (o contrapone) un enorme miedo por hacer el ridículo en una cita tan importante. Porque lo he pasado realmente mal las veces que he visto manchado el escudo a lo largo de mi vida (sobre todo en los últimos años), y es una de las peores sensaciones que puedo experimentar.